NOCHES DE SION.

 

 

La madrugada va danzando lentamente, las horas se van perdiendo en la oscuridad del templo. El incienso que quemaron para el triduo va ahogando su ondulante lamento en el cielo de la Parroquia de la Divina Pastora. El humo va llenando el vacío de la Soledad que arrastra la mirada del Cristo y así mismo va dibujando siluetas con sabor a Dulce Nombre.

 

La quietud del templo contrasta con el apresurado mundo que nos rodea y que se derrumba cada vez más. La oscuridad se ha ido apoderando de la sociedad y parece llevarnos inevitablemente al caos.

 

En esta madrugada eterna del mundo ha vuelto a cantar el gallo como en aquella noche de negaciones.

 

El gallo ha cantado por primera vez, su estruendoso canto ha quebrado la noche suplicando por todas las lágrimas derramadas por los hombres y mujeres que sufren las injusticias del mundo.

 

Resuenan en los muros de todos los templos del mundo, como un viejo eco las proféticas palabras que el Hijo del Hombre pronunció camino del calvario: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».

 

Lloran las madres que acunan los inertes cuerpos de sus hijos martirizados por la fe en Irak, y en todos los rincones del mundo donde los cristianos son perseguidos, desconociendo si mañana verán salir el sol por defender y creer en el verdadero SOL. El gallo ha cantado por segunda vez.

 

Como un fantasma acuden en esta madrugada también los lamentos del hambre, de la desesperación, de la pobreza, de la miseria y de la guerra que se unen con el canto del gallo, sentenciándonos con su cacareo por tercera y última vez.

 

Señor de la Soledad, no permitas que el gallo siga cantando y nosotros continuemos

negándote como hiciera Pedro en aquella oscura noche. Haz brillar en esta madrugada la luna de Parasceve para que volvamos a ser redimidos por tu luz que todo lo puede.

 

Y tú, Madre del Dulce Nombre, dinos; ¿Dónde está esa luz, esa estrella polar que nos guie en esta infinita oscuridad? Cobíjanos hoy bajo tu manto y danos esta noche Madre, ese abrazo que nos haga sentir vivos. Ese abrazo que cure nuestros males.

 

Las velas se han apagado. El último aliento de incienso se ha consumado. Las plegarias se han alzado a tú cielo y el aire silba una melodía, suena la marcha: “María Santísima del Dulce Nombre”.

 

 

Ignacio Rangel Arias.